Una noche,
mi anfitrión me lleva, impensadamente, a Wiesbaden. La lujosa ciudad que,
durante la segunda guerra mundial, los Aliados dejaron sin bombardear, para
poder usarla luego como base de operaciones.
Caminamos
con bastante rapidez por calles mayormente desiertas. Pero la velocidad no
impide que él haga su habitual faena de guía turístico.
En el casino
—me dice—, Dostoievsky perdió todo lo que tenía, y su mujer tuvo que pedir
limosna en las calles de la ciudad. Esto me hizo transitarlas con cierta
unción. En esta clínica —señala—, se interna de vez en cuando Kadafi, para
tratar su esquizofrenia; pocos los saben.
La noche
estaba bellísima y pude ver bastante, pese a lo raudo del trayecto. Por ejemplo,
una calle con muchísimos bares y, cerca, una fuente de agua termal, que hay
que pasarse por las manos, porque es curativa. (A mí no me hizo especialmente
bien, que yo sepa.) Toda la ciudad está llena de fuentes, y sale vapor de las
alcantarillas, porque —me dice mi guía— aguas hirvientes recorren los subsuelos.
En todo caso, esto daba a la noche y a la ciudad un aspecto algo fantasmal.
En realidad,
fuimos allí con un propósito específico: saludar, para demostrarles
solidaridad, a unos amigos de mi anfitrión, afganos, que tienen un bar allí. Apenas
unos días atrás, Bush había ordenado los primeros bombardeos contra su pobre
país, una guerra que ahora nadie recuerda.
Raro: un
cura y un editor argentino, algo despistado, en un bar de trampa, si no vi mal.
Una rubia que alguna vez habría sido espectacular estaba sentada en la barra y
charlaba con un par de muchachos. Había sólo dos o tres mesas, con parejas
equívocas (una, con un perro de aguas).
Los dueños
del bar eran exiliados de algún régimen anterior, no sé cuál; aún no tenían
noticias de sus familiares, las comunicaciones ya se habían cortado. Uno de
ellos habla un alemán perfecto —me dice mi anfitrión—, prácticamente “sin
acento”.
Y yo sigo paseando por la querida Deutschland a través de tu blog. Disfruté de esta instantánea en palabras de Wiesbaden, y de todo el relato, que un retazo cuenta tantas cosas. Tiene bordes oníricos pero sospecho que es una crónica muy personal. Saludos.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Qué bueno saber que alguien lee estas cosas. Y sí, es muy personal. Por ahora todo el blog lo es. ¡Gracias de nuevo!
ResponderEliminarEn esta ciudad, famosa desde los tiempos del Imperio Romano por sus baños termales, y también por su casino, Fiódor Dostoievski escribió esa joya de la literatura de todos los tiempos titulada "El Jugador". Tuve el gusto da andar por sus calles en 2010, en una gira de presentación de mis novelas: Der barfüßige Polizist von der Calle San Martin y Der Tote von der Plaza Once.
ResponderEliminarUn recorrido así, genera adicción.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. En efecto, Dostoievski se basó en Wiesbaden para la tétrica Ruletaville de El jugador. Es una ciudad lujosa, de gran belleza clásica. Como digo en el relato, los Aliados se abstuvieron de bombardearla para poder disfrutarla como sede de su Estado Mayor durante la ocupación. De hecho, es ella la capital del estado de Hesse, no Frankfurt. Tengo varias fotos sacadas allí, pero debería escanearlas para poder agregarlas a este post o a otro nuevo. Lo de Kadafi es dudoso, pero así me lo contó mi anfitrión.
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