(fragmento de un diario)
El miércoles me decidí a empezar por el Rin, como
queda dicho. Quería ir a Colonia, ése era mi objetivo, pero, por suerte, no
había tren directo. Tenía que hacer el trasbordo en Koblenz. Cuando le comenté
al padre Pablo que iba a aprovechar para ver el Deutsches Eck, tuvo dos
reacciones; primero, algo de sorpresa por el hecho de que yo conociera ese
lugar; segundo, me advirtió que estaba un poco lejos de la estación. No me
preocupé mucho.
En efecto, el viaje en tren, en el brumoso valle del
Rin, fue hermoso, como era previsible (y había previsto). Un tren muy cómodo,
casi vacío. No siempre podía ver todo lo que quería, ni sacar las suficientes
fotos (nunca son suficientes). El panorama solía estar tapado con algún
obstáculo emanado de la parte fea de esta civilización: cables, torres de
metal, edificios grises de las estaciones (la parte “nueva”), etc.
En realidad, se veían bien los castillos de la orilla
opuesta del río, pero la velocidad del tren no me permitía enfocarlos. Cuando
se detenía, cerca de alguna de las tantas estaciones del trayecto (Boppard, St.
Goar, Bacharach), aparecían los obstáculos.
Era un día muy gris y ventoso. No lluvioso, por
suerte, aunque parecía que en cualquier momento se me arruinaba el viaje.
Bajé en Koblenz y enseguida me orienté, por suerte.
Tomé un ómnibus que decía “Deutsches Eck”… Verifiqué que el trayecto no era muy
largo, aunque no memoricé exactamente los vericuetos por los que pasaba.
Después, en el consabido quiosco de souvenirs, me compré, entre otras cosas, la
consabida guía de la ciudad. Linda. Con un mapa muy útil, que sí pude seguir
para la vuelta, por otro camino respecto del ómnibus, pero muy bello también:
parte por la orilla del Rin, con puentes y una especie de posada (hermosas
fotos), alejándome del Mosela; luego, adentrándome en la ciudad por una especie
de autopista y calles relativamente modernas. Llegué bien a horario para hacer
el trasbordo con el siguiente tren. Rumbo a Colonia.
Koblenz en sí no pude verla mucho, salvo el lugar
famoso. El monumento al Káiser es feo pero tiene cierto encanto que no llega a
ser kitsch por un pelito. Sólo marcial. Se ve que el Mosela es muy lindo
también; en la lejanía se divisan puentes y algún que otro castillo.
Obviamente, también del lado del Rin. La combinación es excelente. Hoy tengo
los adjetivos pobretones, pero es que el recuerdo me sobrepasa largamente:
excusa también pobretona.
Había muchos turistas, la mayoría japoneses. Se veían
pasar los cruceros, que suelen detenerse privilegiadamente en ese sector.
Estaba para quedarse mucho más tiempo, como si la monotonía no pudiera existir.
Con sol, hubiera sido aún más espectacular, pero a qué quejarse.
Entré-subí al monumento, desde donde se tiene otra
vista. Fui hasta la punta de la “Punta alemana” (o esquina de la esquina, o
rincón del rincón, eck del eck). De cerca, no parece tan puntuda como en las
fotos. Es muy impresionante ver para un lado el Mosela y para el otro el Rin.
No se puede elegir, realmente.
Después me hice tiempo para entrar en una iglesia, San
Castor si no me equivoco, que está ahí nomás. Tiene un subsuelo con restos
romanos, fuente para monedas, etc. Y un Cristo vanguardista, difícil de
fotografiar: una especie de palo acostado, cruzado sobre otro palo (la cruz).
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