sábado, 8 de octubre de 2011

Colonia



En el 2001 estuve en Colonia, Alemania. Sólo algunas horas. No por esto, ni porque pasó hace mucho (al menos no sólo por esto), pero no me parece real, no me parece que ése era yo, etc. Dentro de lo poco que supe, pude o quise hacer en ese poco tiempo, no podía faltar el intento de subir a la cúspide de la catedral gótica, que alguna vez fue el edificio más alto del continente. 
Subí, entonces, por una de las torres, gemelas.
Sufro de vértigo, por supuesto, pero pude superarlo al principio porque apenas se veía el exterior a través de pequeñas aberturas. También sufro algo de claustrofobia, pero fui llevando bastante bien el hecho de subir por esas escaleras estrechísimas, con bastas paredes de piedra gris, en las que apenas pueden coexistir los que bajan y los que suben. Hay olor a humedad; y a adrenalina, como en los aviones.
Llegué a 140 metros. O un poco más. Vi la gran campana. La cuestión es que no pude seguir hasta la mera punta. Estuve un rato sentado en un rellano, recuperando el aliento y viendo cómo los demás visitantes seguían subiendo por otro breve tramo de escaleras, metálicas. Sé, de hecho (porque aquí estoy, escribiendo), que bajé, pero no recuerdo muy bien esa parte. ¿Ataque de pánico? Puede ser. Pero, habiendo recordado una escena similar, en la que me agacho a tocar el agua del Rin, y no puedo, no puedo hacerlo, me parece que pasó algo, como se dice ahora, “de ese orden”.
Llegar hasta ahí era demasiado, en un sentido que no puedo explicar del todo pero puedo entender un poco (muy poco). Cómo decirlo: ahora, mientras retoco estas viejas líneas, y escribo otras nuevas, y al mismo tiempo pienso si este cuento “va o no va”, se me ocurre que es una manera —utópica, qué otra queda— de completar esos escalones, esos 10 metros, o poco menos.



2 comentarios:

  1. Yo subí hace un par de años, sujetándome a la pared y mirando hacia los peldaños, para evitar la sensación de vértigo. La bajada la hice como un galgo, creo que salté los escalones de dos en dos. Un gozo llegar abajo y respirar.

    Un saludo desde Colonia

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  2. Sí, da un vértigo muy raro, creo yo. Estar ahí adentro, ahí arriba. Igual, me guatría volver alguna vez y llegar hasta donde antes no pude. Quizás por eso no pude: para tener que volver.

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