domingo, 9 de octubre de 2011

Tubinga




En el sueño, entro a la casa donde Hölderlin vivió sus últimos años, más de treinta, sumido en la locura, y finalmente murió. Conozco el exterior sólo por fotos, pero reconozco el interior como si alguna vez hubiera estado allí.
Desde una ventana de la torre puedo ver el río Neckar, pero la imagen se parece más al tramo que baña Heidelberg, donde sí estuve una vez, en la “realidad”. Me muevo lentamente por el austero cuarto superior de la casa del carpintero Zimmer. Estoy solo. Sin embargo, siento en todo momento la presencia, doblemente fantasmal (sueño dentro de un sueño) del poeta loco. Tengo miedo, y al mismo tiempo la certeza, levemente ominosa, de una revelación. 
Algo me lleva hacia una grieta en la pared. ¿Por qué nadie la notó antes?, me pregunto. Rasco con las uñas y en seguida doy con un papel arrugado, amarillento. Por supuesto, se trata de un poema. Yo apenas leo alemán, pero en el sueño entiendo perfectamente lo que dice. Ahora, en cambio, cuando me creo despierto, sólo recuerdo (o invento) algo sobre el fin de la primavera y el regreso de los dioses. O quizás, ojalá, sea al revés.

(Publicado en el blog Químicamente impuro y en el libro Con trenes y otros 50 relatos y microrrelatos de viajes.)

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