En primer plano, el claustro de Johannisberg. Como ya casi no hay monjas, fue convertido en un hotel-spa de lujo (la casa parroquial, que antes estaba alí, fue trasladada al patio de la casa de mi anfitrión habitual en el pueblo, el padre Paul Limper, un fenómeno).
Conozco parte de su interior, porque ayudé al padre Paul en la mudanza de estatuaria religiosa, una actividad que resultó fellinesca.
Es precioso, pero sobre todo lo es por su entorno.
Al fondo, se ve el castillo de Hansenberg, que es una escuela para niños superdotados de toda Europa. Muy extraño.
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