Mi anfitrión me
lleva a Lorch, otro pueblo a orillas del Rin.
En realidad,
primero pasamos por un supermercado. El padre Pablo carga mercadería en grandes
cantidades. Leche, yogures, chocolates.
En Lorch vive
una pareja con tres chicos. Refugiados de la ex-Yugoslavia. El Estado les paga
un subsidio, o algo así. Les alcanza para poco pero, por un momento, aun
sabiendo que es absurdo, inadmisible, los envidio. La casa es muy linda, por
fuera. El pueblo y sus alrededores son espectaculares, como todo en la zona.
Él es muy blanco
y rubio, ya habla bastante alemán. Ella es más morena. ¿Bosnia? No alcanzo a
entender. Habla poco alemán. Los chicos parecen bastante alegres.
El padre Pablo
los ayuda con provisiones, sobre todo para los chicos. También los lleva a un
hospital cercano. Hay uno que está enfermo.
El muchacho hace
algunas changas, no sé de qué, pero gana muy poco.
Cuando volvemos,
en el coche, mi anfitrión me cuenta algunas cosas más. Él fue soldado, claro. A
ella le mataron al padre y a dos hermanos, ante sus ojos, en un par de
segundos. Me imagino cómo sobrevivió. Y por qué.
El padre Pablo
me dice que hacen terapia. Después sacude la cabeza y mueve la mano con la que no
maneja, en un gesto vago hacia lo que no puede ni quiere entender del mundo.
(fotos mías)
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